Crítica - Diario La Nación
11 de Noviembre, 2005
Desde el primer instante en que el espectador entra a la sala, se topa tal vez con demasiado movimiento. En un nivel superior al espacio escénico, la consola de sonido se mezcla con instrumentos musicales y otros aparatos. Pero la oscuridad inmediata, cuando comienza la función, y el diseño sonoro que sacude de inmediato ofrecen la respuesta lógica. Esas cuatro personas en continuo movimiento, que operan el sonido, las luces y la musicalización serán conductores de la acción de esta pieza algo críptica, pero provocadora en un sentido intelectual. La recreación del sonido en vivo no sólo favorece a un distanciamiento buscado, sino que le da teatralidad a la técnica y pone al público en un lugar de partícipe casi activo de este artilugio artístico.
La compañía TIT optó por una coreografía de movimientos escénicos, en la que el ruido y el fondo musical no sólo son parte del lenguaje, sino también del relato. Asimismo, hay un interesante trabajo de la oscuridad y la penumbra, acorde con la propuesta, mientras que la música se vuelve esencial, apoyada en la guitarra y en la descomposición de sonidos y ritmos.
La intención del texto de Guillermo Piro, estructurado por los mismos intérpretes (Grace Clulow, Raúl Zolezzi y Ana Cinkö) es encontrarle una teatralidad a una exposición ideológica y social. Una actriz realiza una suerte de ponencia, con visos de discurso político, en la que habla de las virtudes del martillo como objeto de estudio. Es algo así como la socialización de una herramienta que tiene mucho de simbólico. El martillo se ve como un ser con entidad, mano y cabeza que es utilizado con diversos fines. Como dice en un momento: encarnaría al positivista rabioso, al asceta, al controlado y al controlable. En forma paralela, un hombre (¿el mismo martillo?) es sometido a pruebas de destreza, disciplina, sometimiento e inteligencia emocional y política. La relación martillo-hombre es un paralelo simbólico y abstracto en el que circulan, como flechazos, la evolución del capital, el discurso, la manipulación, el control, el autocontrol, la revolución, la libertad y un camino que en forma ineludible busca responsables. La búsqueda es interesante. Una abundancia de acciones que marchan en forma independiente de las palabras, en otro plano y cuerpo. Pero en algunos tramos, la teatralidad es forzada.
Trabajo físico
Grace Clulow tiene la dura tarea de volver teatral un discurso tan descriptivo como críptico. Lo hace muy bien. Apoyada en el énfasis, lleva todo el texto con solidez y naturalidad. Entretanto, el trabajo de sus compañeros está basado más en lo físico. Raúl Zolezzi hace lo suyo en forma impecable y a sus movimientos los dota del peso necesario para producir la teatralidad.
Desde el primer instante en que el espectador entra a la sala, se topa tal vez con demasiado movimiento. En un nivel superior al espacio escénico, la consola de sonido se mezcla con instrumentos musicales y otros aparatos. Pero la oscuridad inmediata, cuando comienza la función, y el diseño sonoro que sacude de inmediato ofrecen la respuesta lógica. Esas cuatro personas en continuo movimiento, que operan el sonido, las luces y la musicalización serán conductores de la acción de esta pieza algo críptica, pero provocadora en un sentido intelectual. La recreación del sonido en vivo no sólo favorece a un distanciamiento buscado, sino que le da teatralidad a la técnica y pone al público en un lugar de partícipe casi activo de este artilugio artístico.
La compañía TIT optó por una coreografía de movimientos escénicos, en la que el ruido y el fondo musical no sólo son parte del lenguaje, sino también del relato. Asimismo, hay un interesante trabajo de la oscuridad y la penumbra, acorde con la propuesta, mientras que la música se vuelve esencial, apoyada en la guitarra y en la descomposición de sonidos y ritmos.
La intención del texto de Guillermo Piro, estructurado por los mismos intérpretes (Grace Clulow, Raúl Zolezzi y Ana Cinkö) es encontrarle una teatralidad a una exposición ideológica y social. Una actriz realiza una suerte de ponencia, con visos de discurso político, en la que habla de las virtudes del martillo como objeto de estudio. Es algo así como la socialización de una herramienta que tiene mucho de simbólico. El martillo se ve como un ser con entidad, mano y cabeza que es utilizado con diversos fines. Como dice en un momento: encarnaría al positivista rabioso, al asceta, al controlado y al controlable. En forma paralela, un hombre (¿el mismo martillo?) es sometido a pruebas de destreza, disciplina, sometimiento e inteligencia emocional y política. La relación martillo-hombre es un paralelo simbólico y abstracto en el que circulan, como flechazos, la evolución del capital, el discurso, la manipulación, el control, el autocontrol, la revolución, la libertad y un camino que en forma ineludible busca responsables. La búsqueda es interesante. Una abundancia de acciones que marchan en forma independiente de las palabras, en otro plano y cuerpo. Pero en algunos tramos, la teatralidad es forzada.
Trabajo físico
Grace Clulow tiene la dura tarea de volver teatral un discurso tan descriptivo como críptico. Lo hace muy bien. Apoyada en el énfasis, lleva todo el texto con solidez y naturalidad. Entretanto, el trabajo de sus compañeros está basado más en lo físico. Raúl Zolezzi hace lo suyo en forma impecable y a sus movimientos los dota del peso necesario para producir la teatralidad.
Pablo Gorlero
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